Înainte, nimeni nu a intrat
în geografia acestor cavităţi profunde.
© Ioana Haitchi – Copyright – Toate drepturile
rezervate
Nimeni nu ştia de-atâta
duritate: m-am trezit în noapte aruncat de umbre;
înfăşurate în funingine,
starea de veghe şi asperitatea despuiată din piatră.
Nu ştiu ce bestii agitate de
sete apar intacte,
când în toate direcţiile se
trăieşte în potop, în abandon şi în masacre.
Nu ştiu, dacă titanii
aşteaptă deznodăminte mai bune,
prăbuşiri ale nopţii şi cârdurile
sale de păsări arzânde.
Frica e tot ceea ce am în această geografie, dezbrăcându-mă:
tu ştii ce înseamnă pentru că trăieşti de asemenea aceste jocuri periculoase,
aceste gropi amare ale conştiinţei.
În fiecare trotuar sau drum
sunt cicatrici deschise, colţuri afectate
de ambuscade şi îmbâcsite cu
deşeurile istoriei zilnice, orizonturi oxidate
capabile să orbească ochii. Capabile
să umbrească zile.
(Arcuiesc respiraţia şi
învăluiesc această tragedie de false chei şi imense suspine,
şi ce-mi rămâne ? Ale cui
sunt aceste mucegaiuri ale săptămânilor,
cărui sine aparţine acest
măcel, care este ţara, unde există o fantazie inexplicabilă
pentru moarte ? Există în
toată această farsă adevărată şi anularea certă: ei cunosc
parantezele, simbolurile
naţionale şi saliva şi ne îndeamnă la non-violenţă:
la urma urmei, vorbim despre
nimic, doar ne imaginăm.)
În masca de curcubeu, siesta
posibilă este splendoarea cenuşei
şi călăul cu argumente
sordide.
Alţii, - între timp -,
ecranează ferestre, uşi şi chiar sintaxa mulţimii…
© André Cruchaga, Barataria,
2015
© Traducerea Ioana Haitchi –
Jeanne Christiane, 11.09.2015, Klausenburg
Foto: Internet
GEOGRAFÍA PROFUNDA
Antes, nadie había entrado a estas cavidades profundas de la geografía.
Nadie sabía de tanta dureza: desperté en la noche arrojado por las sombras;
envuelto en hollín, el desvelo en la piel y el áspero despojo de la piedra.
No sé en qué remolino de bestias la sed emerja intacta,
cuando en todas direcciones se vive el diluvio, el abandono y las carnicerías.
Desconozco si los roperos esperan desenlaces mejores, al desplome
de la noche y su cordel de pájaros ardiendo en el fuego. El miedo es todo
lo que tengo de esta geografía, la ropa dejándome: vos lo sabés porque vivís
también estos juegos peligrosos, estas agrias hondonadas de conciencia.
En cada acera o camino hay cicatrices abiertas, esquinas impactadas
por la emboscada y olores con residuos de historias diarias, horizontes oxidados capaces de cegar los ojos. Capaces de nublar el mediodía.
(Arqueado el aliento y amortajada esta tragedia de falsas llaves y vastos jadeos,
¿qué me queda? ¿A quién acudo con este moho de las semanas, a quién
sino a este matadero que es el país, donde existe una fascinación inexplicable
por la muerte? Hay en todo esto cierta farsa y cierta anulación: lo saben
los paréntesis, los símbolos patrios y la saliva y los llamados a la no violencia:
después de todo se habla de cualquier cosa menos de la imaginación.)
En el disfraz del arcoíris, la sobremesa posible es el esplendor de la ceniza
y el verdugo con sórdidos argumentos. Otros, —entretanto—, escrutan
las ventanas, las puertas y hasta la sintaxis de la muchedumbre…
Antes, nadie había entrado a estas cavidades profundas de la geografía.
Nadie sabía de tanta dureza: desperté en la noche arrojado por las sombras;
envuelto en hollín, el desvelo en la piel y el áspero despojo de la piedra.
No sé en qué remolino de bestias la sed emerja intacta,
cuando en todas direcciones se vive el diluvio, el abandono y las carnicerías.
Desconozco si los roperos esperan desenlaces mejores, al desplome
de la noche y su cordel de pájaros ardiendo en el fuego. El miedo es todo
lo que tengo de esta geografía, la ropa dejándome: vos lo sabés porque vivís
también estos juegos peligrosos, estas agrias hondonadas de conciencia.
En cada acera o camino hay cicatrices abiertas, esquinas impactadas
por la emboscada y olores con residuos de historias diarias, horizontes oxidados capaces de cegar los ojos. Capaces de nublar el mediodía.
(Arqueado el aliento y amortajada esta tragedia de falsas llaves y vastos jadeos,
¿qué me queda? ¿A quién acudo con este moho de las semanas, a quién
sino a este matadero que es el país, donde existe una fascinación inexplicable
por la muerte? Hay en todo esto cierta farsa y cierta anulación: lo saben
los paréntesis, los símbolos patrios y la saliva y los llamados a la no violencia:
después de todo se habla de cualquier cosa menos de la imaginación.)
En el disfraz del arcoíris, la sobremesa posible es el esplendor de la ceniza
y el verdugo con sórdidos argumentos. Otros, —entretanto—, escrutan
las ventanas, las puertas y hasta la sintaxis de la muchedumbre…
© André Cruchaga, Barataria,
2015
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