Acolo, în axilele trotuarelor, glezne şi coate ca un singur
puls.
© Ioana Haitchi – Copyright – Toate drepturile
rezervate
Acolo, în gura vântului, burţile şi umbra doliului, cuvinte
goale
ca piatra ponce: de multe ori, dinţii şi strigătul devin
insensibili.
Cresc colţii precum şi cercurile întunecate ale pământului.
Melcii cresc şi-şi aruncă-n mare urechile mărind apele.
Creşte absolutul în cele două mâini ale ploii.
Cresc pleoapele înaintea muşchiului extins al nopţii. Creşte
rugina.
-Astăzi se organizează furtuni pentru a potoli respiraţia:
sunt loviturile
pieptului şi poticnirile postului;
(Înaintea absenţei tale, nu-mi rămâne decât să mă gândesc la
micul drum al cuvintelor.)
Libertatea e inutilă atunci când taci sau ai trecut în altă
viaţă.
Decât apărarea anumitor locuri, prefer castitatea ca o
prefaţă.
Invidia altora este acest multiplu orgasm al Paradisului
(ochii muşcă
incandescenţa; zilele, carnea poemului.)
Toată lumea şi le face pe-ale sale, presupunând: mă
dezvelesc, desigur, în poftele mele.
Poemul este întotdeauna insurecţie şi nu trebuie să cer
acreditare nimănui.
Pentru cei care nu ştiu, am învăţat şocurile timpului în
bordeluri
şi i-am băut dărâmăturile din mâinile tremurânde.
În acelaşi timp despart cuvintele şi simt această pace când
păşesc.
Acum trăiesc departe de guri şi de răsărituri evazive: în
pieptul luminii,
setea îngrămădită; ţipete înăbuşite…
© André Cruchaga, Barataria, 2015
© Traducerea Ioana Haitchi – Jeanne Christiane,
03.10.2015, Klausenburg
Foto: Internet
LUGARES
Allí, en las axilas de las aceras, tobillos y codos como un solo pulso.
Allí, en la boca del viento, los vientres y la sombra del luto, las palabras huecas
como piedra pómez: a menudo, los dientes y el grito se tornan insensibles.
Crecen los colmillos y también las ojeras de la tierra.
Crecen los caracoles que surten de mar los oídos y prolongan las aguas.
Crecen los absolutos dentro de las dos manos de la lluvia.
Crecen los párpados ante el musgo extendido de la noche. Crece la herrumbre.
—Hoy se organizan tormentas para aplacar el aliento: quedan los golpes
de pecho y los tropezones en ayunas;
(Ante tu ausencia sólo me toca pensar en el caminito de las palabras.)
Es inútil la libertad cuando callas o ya has pasado a otra vida.
En la defensa de ciertos lugares, prefiero la castidad de algún prefacio.
La envidia de los otros es este múltiple orgasmo del paraíso (los ojos muerden
la incandescencia; los días, la carne del poema.)
Cada quien hace lo suyo, supongo: yo desnudo, claro, mis propias hambres.
El poema siempre es insurrección y no necesita de credencial alguna.
Para los que no saben, yo aprendí los sobresaltos del tiempo en los prostíbulos,
y bebí del escombro sus temblorosas manos.
Hace tiempo que hendí las palabras y me siento es paz cuando camino.
Ahora vivo lejano de bocas y de amaneceres huidizos: en el pecho de la luz,
la sed colmada; los gritos apagados…
Allí, en las axilas de las aceras, tobillos y codos como un solo pulso.
Allí, en la boca del viento, los vientres y la sombra del luto, las palabras huecas
como piedra pómez: a menudo, los dientes y el grito se tornan insensibles.
Crecen los colmillos y también las ojeras de la tierra.
Crecen los caracoles que surten de mar los oídos y prolongan las aguas.
Crecen los absolutos dentro de las dos manos de la lluvia.
Crecen los párpados ante el musgo extendido de la noche. Crece la herrumbre.
—Hoy se organizan tormentas para aplacar el aliento: quedan los golpes
de pecho y los tropezones en ayunas;
(Ante tu ausencia sólo me toca pensar en el caminito de las palabras.)
Es inútil la libertad cuando callas o ya has pasado a otra vida.
En la defensa de ciertos lugares, prefiero la castidad de algún prefacio.
La envidia de los otros es este múltiple orgasmo del paraíso (los ojos muerden
la incandescencia;
Cada quien hace lo suyo, supongo: yo desnudo, claro, mis propias hambres.
El poema siempre es insurrección y no necesita de credencial alguna.
Para los que no saben, yo aprendí los sobresaltos del tiempo en los prostíbulos,
y bebí del escombro sus temblorosas manos.
Hace tiempo que hendí las palabras y me siento es paz cuando camino.
Ahora vivo lejano de bocas y de amaneceres huidizos: en el pecho de la luz,
la sed colmada; los gritos apagados…
© André Cruchaga, Barataria, 2015
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