Doare
fără excepţie, iadul simţurilor, un spectacol al reverenţei continue,
© Ioana Haitchi – Copyright
– Toate drepturile rezervate
al
dialogului peştelui stins pe trotuare:
crăpat este aerul
şi
zilele sunt între dinţii umbrei.
Astfel
creşte pomul cuvântului, singur, dezvelit în faţa intemperiilor
şi
în faţa apei sale milenare: în ochii orbi se scufundă gâtul, dinţii torturii
şi
noaptea asta de ramuri, ca o brăţară în respiraţie.
Dor
sunetele trupului şi ecourile încolţite ale gândurilor,
doare
dezechilibrul vizibil al abisului şi curba umedă a nişelor.
Memoria
transcede şi se deschide dincolo de vrăjitorie şi întuneric.
(Ascultă
orele ce vin din spatele cortinelor şi ai pereţilor; slăbeşte
oglinda
păstoasă a ferestrelor, muşcând depărtarea, coborând în frigul
ce
provoacă distanţele pulsului oraşului în timp ce doarme,
în vastitatea
falsă imprevizibilă şi în vărsăturile dezgustătoare ale beţiei.)
Aici,
corpurile carbonizate şi anxietatea, ca
un spuipat în faţă.
Mergi
în fiecare zi muşcat de trotuare, inundat de labirinturi
şi
singurătate, mormăind muşcături ciudate.
De
multe ori vrei să elimini timpul şi să te trezeşti mai puţin confuz.
Mă
privesc din cap până-n picioare, cum mă acoperă istoria cu funingine.
Nu
ştiu dacă au fost căţărători pe miezul nopţii sau trupuri
care
să nu se fi ascuns în faţa lumii.
Sângerează
fumul în durerea neconsolată a focului tăcut.
©
André Cruchaga, Barataria, 2015
©
Traducerea Ioana Haitchi, 26.11.2015, Klausenburg
Foto:
André Cruchaga
FOTOGRAFÍA DEL DESAMPARO
Duele sin excepción, el infierno en los sentidos, la continua reverencia
al espectáculo, al pez descolorido del diálogo sobre las aceras: resquebrajado
el aire, y los días en medio de los dientes de las sombras.
Crece el árbol de la palabra, solo, desnudo, semejante a la intemperie
y sus aguas milenarias: en el ojo ciego se hunden las gargantas, los dientes
de la tortura y esa noche de ramas como una brazalete en el aliento.
Duelen los sonidos del cuerpo y el eco arrinconado de los pensamientos,
duele el desbalance visible del abismo y la humedad curva de los nichos.
La memoria transcurre y se abre más allá de la hechicería de la penumbra.
(Escucha las horas que viajan detrás de las cortinas y los muros; adelgaza
el espejo pastoso de las ventanas mordiendo la lejanía, descendiendo al frío
que provocan las distancias, a las pulsaciones de la ciudad mientras duerme
el maniquí imprevisible de la vastedad y sus ebrios vómitos de hastío.)
Aquí, los cuerpos calcinados y la zozobra como una escupida en la cara.
Uno camina todos los días mordido por las aceras, anegado de laberintos
y soledad, balbuciente de extrañas mordidas.
A menudo uno quiere abolir el tiempo y despertar en fechas menos confusas.
Me miro de cabeza a pies, mientras me cubre el hollín de la historia.
Ignoro si alguna vez han existido enredaderas en la medianoche, o cuerpos
que no oscurezcan ante el mundo.
Sangra el humo en lo inconsolable de la pesadumbre silenciosa del fuego.
Duele sin excepción, el infierno en los sentidos, la continua reverencia
al espectáculo, al pez descolorido del diálogo sobre las aceras: resquebrajado
el aire, y los días en medio de los dientes de las sombras.
Crece el árbol de la palabra, solo, desnudo, semejante a la intemperie
y sus aguas milenarias: en el ojo ciego se hunden las gargantas, los dientes
de la tortura y esa noche de ramas como una brazalete en el aliento.
Duelen los sonidos del cuerpo y el eco arrinconado de los pensamientos,
duele el desbalance visible del abismo y la humedad curva de los nichos.
La memoria transcurre y se abre más allá de la hechicería de la penumbra.
(Escucha las horas que viajan detrás de las cortinas y los muros; adelgaza
el espejo pastoso de las ventanas mordiendo la lejanía, descendiendo al frío
que provocan las distancias, a las pulsaciones de la ciudad mientras duerme
el maniquí imprevisible de la vastedad y sus ebrios vómitos de hastío.)
Aquí, los cuerpos calcinados y la zozobra como una escupida en la cara.
Uno camina todos los días mordido por las aceras, anegado de laberintos
y soledad, balbuciente de extrañas mordidas.
A menudo uno quiere abolir el tiempo y despertar en fechas menos confusas.
Me miro de cabeza a pies, mientras me cubre el hollín de la historia.
Ignoro si alguna vez han existido enredaderas en la medianoche, o cuerpos
que no oscurezcan ante el mundo.
Sangra el humo en lo inconsolable de la pesadumbre silenciosa del fuego.
©
André Cruchaga, Barataria, 2015
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