Vocea,
acolo, de perete lipită, în dintele întunecat al vidului,
în
duritatea bătăilor nesătule, în patul monoton al rumeguşului,
poate
în această durere oarbă şi neobosită de salivă,
poate
în alfabetul rigid al gâtului rănit,
poate
în gura prezentului de carne plină,
unde
aburul este sufocat şi adierea e o
fantomă ce vorbeşte pe străzi.
În
picătura vântului uscat şi rece se îneacă lumea şi imperfecţiunea lămpaşurilor
şi
porii umezi ai vârtejurilor şi pomeţii osoşi ai curcubeului
şi
degetele mult prea scurte ale surâsului şi plăcile întunericului strălucitor.
Ne
înecăm în acrobaţia rarefiată a muştelor,
în
zăvor, până în gâtul insomniilor, în sudoarea limbii după ţipăt.
Cine
trăieşte în suflarea verii ?
Cine,
dacă nimeni nu poate muşca praful din butoniera amintirilor ?
Cine
sângerează în propria uitare fără întoarcere ?
După
fumul recurent al mâinilor, fereastra circulară a timpului nepotrivit.
În
fiecare zi sunt şterse filele circulare ale abecedarului:
există
drame abominabile, cum ar fi piedicile şi scuzele lor patetice.
În
timp ce creşte urâtul, noaptea înfloreşte în corpul lemnului.
Înaintează
peştii suberani ai cicatricilor, în mijlocul frigului.
În
amprenta peticului, alte nume greu de pronunţat: memorarea,
desigur,
învelişul arderilor sub focurile plugului.
Încercuind
strada, corul infamiei şi toate consoartele lui.
Ploaia
neînsufleţită a băut toată respiraţia, a ta şi a mea…
©
André Cruchaga, 02.08.2016, Barataria
©
Traducerea Ioana Haitchi, 02.08.2016, Klausenburg
Foto:
Internet
©
André Cruchaga şi Ioana Haitchi – Copyright – Toate drepturile rezervate
Ahogado
alfabeto
La
voz, allí, pegada en la pared, en el oscuro diente del vacío, en el guacal
de latidos insaciables, en el lecho monocorde del aserrín,
quizá en ese dolor ciego e implacable de la saliva, quizá en la yerta degolladura
del alfabeto, quizá en la bocanada de carne del presente, donde el vaho
es ahogo y el aliento un espectro que habla a las calles.
En la gota de cierzo se ahoga el mundo y los defectos de los candiles,
y los húmedos poros de los torbellinos, y los pómulos huesudos del arco iris,
y los dedos demasiado cortos de la risa y las baldosas oscuras del resplandor.
Nos ahogamos en las enrarecidas acrobacias de las moscas,
en el cerrojo hasta el cuello de los insomnios, en el sudor de lengua tras el grito.
¿Quién vive en la bocanada de estío?
¿Quién sin nadie mordiéndose en el polvo, roto el ojal de los recuerdos?
¿Quién sangrando en su propio olvido sin retorno?
Tras el humo recurrente en las manos, la ventana circular de la deshora.
Cada día se van borrando los hilos circulares del abecedario:
hay dramas abominables como las zancadillas y su patética disculpa.
Mientras crece lo sórdido, la noche aflora en la madera del cuerpo.
Avanzan los peces subterráneos de las cicatrices en medio del escalofrío.
En la huella del remiendo, otros nombres difíciles de pronunciar: memorizo,
claro, la mortaja de los ardimientos, el fuego debajo del arado.
Dando vueltas a la calle, el estribillo de la infamia y todos sus consortes.
La lluvia inanimada se bebe toda la respiración, la tuya y la mía…
© André Cruchaga,
02.08.2016, Baratariade latidos insaciables, en el lecho monocorde del aserrín,
quizá en ese dolor ciego e implacable de la saliva, quizá en la yerta degolladura
del alfabeto, quizá en la bocanada de carne del presente, donde el vaho
es ahogo y el aliento un espectro que habla a las calles.
En la gota de cierzo se ahoga el mundo y los defectos de los candiles,
y los húmedos poros de los torbellinos, y los pómulos huesudos del arco iris,
y los dedos demasiado cortos de la risa y las baldosas oscuras del resplandor.
Nos ahogamos en las enrarecidas acrobacias de las moscas,
en el cerrojo hasta el cuello de los insomnios, en el sudor de lengua tras el grito.
¿Quién vive en la bocanada de estío?
¿Quién sin nadie mordiéndose en el polvo, roto el ojal de los recuerdos?
¿Quién sangrando en su propio olvido sin retorno?
Tras el humo recurrente en las manos, la ventana circular de la deshora.
Cada día se van borrando los hilos circulares del abecedario:
hay dramas abominables como las zancadillas y su patética disculpa.
Mientras crece lo sórdido, la noche aflora en la madera del cuerpo.
Avanzan los peces subterráneos de las cicatrices en medio del escalofrío.
En la huella del remiendo, otros nombres difíciles de pronunciar: memorizo,
claro, la mortaja de los ardimientos, el fuego debajo del arado.
Dando vueltas a la calle, el estribillo de la infamia y todos sus consortes.
La lluvia inanimada se bebe toda la respiración, la tuya y la mía…
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