Tristeţea
e o formӑ de pustietate, unde nu se poate însӑmânţa
bucuria.
© André Cruchaga, 22.11.2016,
Barataria
Strigӑtele aşchiilor
provoacӑ o serie de farse.
Rӑmâne
cu obstinaţie materie împotriva falsificӑrii viselor.
Ȋn cine pot avea încredere dupӑ atâtea
excentrice entuziasme?
Nu
existӑ spirite imaculate, atunci când în realitate dispare dupӑ-amiaza
şi
umbra se face gurӑ indecentӑ.
Niciun
ecou nu respinge adâncurile şi nici miezul umbrelor.
Largi
sunt gesturile sumbre ale statuilor.
Adevӑrul nu s-ar pӑrea cӑ s-a înşelat,
atunci când noi lӑrgim mlaştinile
şi
totul rӑmâne descoperit, fӑrӑ posibilitatea de a
mai fi înlocuit.
Dupӑ icnitura din vârful
oblicitӑţii, întotdeauna existӑ cineva
care
cautӑ o gurӑ de aer pentru a se potrivi
circumstanţelor.
Am
descoperit umbra câinelui care suferӑ în
fiecare zi, binecunoscutele ariditӑţi
ale
momentului, pantofii surzi ai strӑlucirii pe care
cineva îi vede ca pe un mister.
Dincolo
de abisurile insolubile, stӑruinţa respiraţiei
aşchiilor.
Ȋn ce bӑtӑlii pot lupta, dacӑ nu în
cele absurde, ale faptelor,
portretelor,
rotocolului de fum în strachina ochilor mei?
Ȋn care privire a sigiliului, drumurile sunt capabile de
vicleniile respiraţiei?
Se
poate juca trocul rӑnilor fӑrӑ consecinţe
letale?
-Este
adevӑrat. Un corp va fi înmuiat în
salivӑ. Aşa începe oscilaţia.
© André Cruchaga, 22.11.2016, Barataria
© Traducerea Ioana
Haitchi, 23.11.2016, Klausenburg
Foto:
Internet
©
Ioana Haitchi – Copyright – Toate drepturile rezervate
YERMOS PROFUNDOS
La
tristeza es una forma yerma donde no se puede sembrar la alegría.
El griterío de los chiriviscos provoca una serie de patrañas.
Sigue siendo obstinada la materia frente a la falsificación de los sueños.
¿De quién puedo fiarme después de tantos entusiasmos excéntricos?
No existen espíritus inmaculados cuando en realidad desaparece la sobremesa,
y la sombra se hace boca de indecencias.
Ningún eco despeja las entrañas, ni desarruga los interiores de las sombras.
Largos son los sombríos gestos de las estatuas.
La verdad no parece equivocarse cuando hacemos anchos los páramos
y todo queda al margen sin posibilidades de reemplazo.
Después de jadear en lo alto de las oblicuidades, siempre hay alguien
que busca un respiradero a la medida de las circunstancias.
Descubro la sombra del perro que sufre cada día, las consabidas arideces
del instante, los sordos zapatos del resplandor que alguien ve como misterio.
Siempre resulta controversial, la devolución amarilla de los desencuentros.
Más allá de los abismos insolubles, la asidua chamiza del aliento.
¿Qué batallas puedo librar que no sean las de los absurdos, las fechas,
los retratos, la rotación de humo en la cuenca de mis ojos?
¿En qué mirada del sigilo son viables los caminos, los ardides de la respiración?
¿Se puede jugar al trueque con las heridas sin consecuencias letales?
—Es cierto. Algún cuerpo habrá empapado de saliva. Así empiezan los titubeos.
El griterío de los chiriviscos provoca una serie de patrañas.
Sigue siendo obstinada la materia frente a la falsificación de los sueños.
¿De quién puedo fiarme después de tantos entusiasmos excéntricos?
No existen espíritus inmaculados cuando en realidad desaparece la sobremesa,
y la sombra se hace boca de indecencias.
Ningún eco despeja las entrañas, ni desarruga los interiores de las sombras.
Largos son los sombríos gestos de las estatuas.
La verdad no parece equivocarse cuando hacemos anchos los páramos
y todo queda al margen sin posibilidades de reemplazo.
Después de jadear en lo alto de las oblicuidades, siempre hay alguien
que busca un respiradero a la medida de las circunstancias.
Descubro la sombra del perro que sufre cada día, las consabidas arideces
del instante, los sordos zapatos del resplandor que alguien ve como misterio.
Siempre resulta controversial, la devolución amarilla de los desencuentros.
Más allá de los abismos insolubles, la asidua chamiza del aliento.
¿Qué batallas puedo librar que no sean las de los absurdos, las fechas,
los retratos, la rotación de humo en la cuenca de mis ojos?
¿En qué mirada del sigilo son viables los caminos, los ardides de la respiración?
¿Se puede jugar al trueque con las heridas sin consecuencias letales?
—Es cierto. Algún cuerpo habrá empapado de saliva. Así empiezan los titubeos.
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